jueves, 27 de febrero de 2014

Outback: el todo y la nada.

Cuando uno piensa en Australia, no puede dejar de lado la imagen de esa gran extensión semidesértica que se encuentra en el centro del país. Los australianos lo llaman el 'outback' (interior, zona despoblada). Más bien, es la nada en medio de la nada.

Arrancamos el viaje desde Port Augusta, el último punto costero existente frente a la Gran Bahía Australiana, antes de adentrarnos en esa nada, con un objetivo claro: conocer el famoso y, sagrado para los aborígenes, Parque Natural Uluru-Kata Tjuta.

Nada más salir, todo empieza a cambiar. Dejas de ver edificios y sólo ves una larga carretera rodeada de una inmensa nada. Una curiosa e interesante NADA.



Pese a todo, al poco de empezar el viaje, empezamos a encontrar una gran cantidad de preciosos lagos blancos, pertenecientes a una cuenca endorreica (muy común en zonas desérticas). Se trata de lagos que no tienen salida fluvial al mar, por lo que, al no recibir suficientes lluvias y evaporarse el agua con el calor, acaban secándose o con altas concentraciones de sales. Éstos, al tratarse de lagos salados, se están convirtiendo en salares. Una auténtica maravilla para los ojos.



Un apunte. Cuando nos ponemos a pensar en los animales que hay en Australia, siempre nos vienen a la cabeza esas imágenes de canguros corriendo, koalas en los árboles, cocodrilos en arroyos, peligrosas arañas y serpientes o tiburones, delfines, tortugas y ballenas en el mar. ERROR. El animal que plaga este país de manera incontrolada es otro. La mosca. Las p**** moscas. Y de ésas no dicen nada.

Antes de empezar el viaje por el outback y gracias a la recomendación de algún blog que seguimos, nos hicimos con unas escafandras antimoscas. ¡Menos mal..! Una vez entras en la zona central de Australia, desde que sale el sol hasta que se pone, hay moscas. Millones de moscas. Tantas, que es absolutamente imposible comer al aire libre y que nos ha costado alguna comida dentro de la furgo, a 40 grados y con las ventanas subidas. Horroroso.




En fin. Cumpliendo con las recomendaciones, repostamos gasolina en cada gasolinera que encontramos, ya que hay algún tramo de casi 300 km sin una sola de ellas. La mayoría son polvorientas estaciones de servicio con un hotel de carretera y un parque de caravanas a su lado.




¿¡Y ese monstruo!? Pues se llama Road Train (tren de carretera), mide unos 53,5 metros y es la única manera que tienen de aprovechar los interminables desplazamientos.  ¡Da pánico cruzarse con ellos!




También impacta cruzarse con montones de animales atropellados y grupos de cuervos y gigantes águilas audaces devorándolos como buenos carroñeros.


O con pistas de aterrizaje de emergencia en mitad de la nada. Mejor dicho, encontrarte con que tu carretera es la pista de aterrizaje de emergencia.



Continuamos y, tras unos 500 kilómetros de paisajes áridos, llegamos a Coober Pedy, nuestra primera parada en el recorrido. Ahí,  en medio de la nada.

Según vas llegando, empiezas a apreciar miles y miles de montones de tierra que anuncian que entras en una zona minera. Una zona que sufrió la fiebre del ópalo y que aún sigue viviendo de la minería, además de los turistas que allí paramos a descansar.


Con unos 3.000 habitantes y de mayoría aborigen, nos quedamos impactados. Es como si se tratase del decorado de una película del oeste.








Por suerte, encontramos un muy agradable 'caravan park' donde alojarnos, ducharnos y cocinarnos con todas las facilidades recién reformadas. Todo nuevo y con sólo otras 12 personas alojadas ese día. Un lujo.





Al día siguiente y, tras haber descansado como campeones, decidimos hacer del tirón los 700 kilómetros que nos faltaban hasta el Parque Natural.

Para que os hagáis a la idea del tráfico existente en estas latitudes, decidimos contar los vehículos que nos cruzábamos y el resultado, tras 8 horas y 700 km, fue de 65 coches, 12 camiones y un autobús. De locos.

Seguimos, durante muchos kilómetros, viendo esos surrealistas montones resultado de las explotaciones mineras. Parecía que estuviéramos en otro planeta.



Conduces en línea recta, más rectas, más animales atropellados con más animales carroñeros...


Ves carteles que te van avisando de la fauna salvaje y compruebas que, en muchos casos, con razón.



Cambias de estado, abandonas South Australia y entras en Northern Territory.


Cambias de hora, más rectas, giras a la izquierda en el único desvío que encuentras, haces otros 300 kilómetros, comienzas a ver que el arcén se va volviendo más y más rojo...


Y, de repente, tras tanta meseta y pese a una sorprendente montaña en el camino de la que nadie habla y cuyo nombre no conseguimos encontrar,


empezamos a ver una silueta que nos resultaba familiar. Muy familiar.


Ahí estaba el Úluru. En medio de la nada.

Fuimos directamente al acceso del Parque, porque se acercaba el atardecer y no nos lo podíamos perder.



Y por fin. LO CONSEGUIMOS.


Es indescriptible estar ante semejante cosa. Una mezcla de satisfacción, cansancio y magia nos recorría el cuerpo.


Con esas sensaciones nos dirigimos a Yulara, un complejo con alojamientos de todo tipo (zonas de acampada y hoteles de diferentes categorías), restaurantes, una gasolinera y tiendas, que hace que se pierda un poco la magia de estar allí. 

Como todo en este mundo, este lugar taaaaan remoto ha sido tocado por las manos de los negocios y hasta un aeropuerto completa la zona. Nosotros nos quedamos con la experiencia de haberlo vivido así y eso nos hizo valorarlo mucho más. 

De cualquiera de las maneras, nos quedamos con el cielo estrellado que nos cubría. NUNCA habíamos visto uno así. ¡Era increíble! Se apreciaban tantas estrellas que algunas se agolpaban y parecían manchas de polvo. Espectacular. 





Nos despertamos y nos dirigimos a realizar una caminata alrededor del perímetro del Úluru. Algo más de 10 kilómetros que nos permitieron ver de cerca algunos rincones imponentes del segundo monolito más grande del planeta. 





En algunas zonas, por el valor espiritual que representan para los aborígenes, se te ruega que no realices fotos entre uno y otro punto. En este caso se trataba de la 'Cueva de la Bolsa Marsupial' o como se diria en lengua Anangu:


Vaya risas...

Seguimos nuestro largo paseo parando en rincones chulísimos.


Viendo cabezas como de alien,


viendo corazones,


viendo lagunas provocadas por la lluvia que recoge el monolito...



Y 'disfrutando' de la incesante compañía de las dichosas moscas. Pensabais que bromeábamos, ¿eh?


Tras recuperar fuerzas con una abrasadora comida en el interior de la furgo (debido a las moscas), nos dirigimos a Kata Tjuta.


Es impresionante verlas desde lejos, pero mucho mejor adentrarse y ver lo que albergan en el interior.

Caminar bajo un sol abrasador y rodeado de moscas fue duro pero, sin ninguna duda, valió la pena.








Y como no podía ser de otra manera, volvimos al Úluru para ver cómo se ponía (otra vez) el sol.




Y a la mañana siguiente, madrugamos para verlo amanecer.

Vaya cambios de color. Sin palabras.


De ahí y con 500 kilometros por delante, nos dirigimos a la peculiar ciudad de Alice Springs.


Esta es otra Australia, donde las casas no tienen los jardines abiertos y se respira mal rollo.


Se dice que los yankis tienen aquí su base de Australia y que cuentan con numerosísimos espías. Tantos, que dicen que es la población con más 'jardineros' del mundo. Hasta tienen una calle en su honor.



Nos recluimos en nuestro cámping y descansamos tras la kilometrada.




Por la mañana, fuimos al centro para descubrir una ciudad propiamente aborigen. No una comunidad suya, sino una ciudad mayoritariamente habitada por ellos.

Es curioso ver carteles como éste, donde proclaman estar orgullosos de ser aborígenes y australianos,  ya que tenemos la sospecha que se trata de una campaña lanzada por la administración más que ser cosa de ellos.


Los aborígenes deambulan por las calles como zombis. La razón (sin enrollarme mucho) es que el gobierno, como compensación 'moral' por todo lo que les amasacraron hasta hace no muchos años, les da cantidades ingentes de dinero por no hacer nada. Ellos se lo pulen (al menos la gran mayoría de ellos) en alcohol, tabaco, comida basura y dulces.

La impresión que nos da es que les tienen borrachos, contentos y alejados, para que no molesten.

Es cierto que mucha gente lucha para que la cosa cambie y conseguir su integración,  pero la realidad es que hay dos australias. Por un lado el gobierno de los blancos intenta comprar su perdón y por otra ellos se niegan a perdonar a los que amasacraron a sus abuelos, padres, hijos y hermanos durante 150 años, aunque no rechazan el dinero fresco.

Es una situación muy complicada en la que, hasta que los blancos no los valoren como riqueza de su país y no como su problema, ellos no querrán convivir.

Desgraciadanente, algunos de ellos parecen personas del neolítico que han sido teletransportadas a nuestra era. Es muy radical.


¡Algunos se visten como auténticos vaqueros!


Hay muchas tiendas de productos aborígenes, firmados incluso por ellos, pero siempre regentadas por blancos. 


Cuando salimos de la ciudad, para hacer otros 500 kilómetros, empezamos a ver estos curiosos hormigueros que nos acompañarían durante más de 2.000 kilómetros.



¡Unos viñedos en mitad del outback!


Parada en las Karlu Karlu (Devils Marbles o Mármoles de los Diablos).




Y camino hacia Tennant Creek bajo una incesante tormenta.




Tras nada que ver en esa fea y malreputada ciudad, pero habiendo dormido todo lo posible, continuamos escapando de tormentas y lluvias infinitas. Otros 800 kilómetros.

Seguimos viendo hormigueros. Millones de ellos.


Y por fin, el paisaje cambió.



Alucinante lo de los hormigueros... 




Esa noche dormimos en Mount Isa, la primera, aunque rara, ciudad grande y poblada que encontramos tras 'la nada'. Habíamos cambiado de estado. Ya estábamos en Queensland. 


Encontramos homenajes a los aborígenes caidos.


Y paisajes preciosos.


Se notaba que, tras 700 kilómetros más, nos acercabamos a la ciudad más vaquera de Australia o, al menos,  de ello presumía: Charters Towers.




Un maravilloso descanso en un genial cámping y a casi la mitad del precio que nos cobraban una semana antes en el centro del outback, nos hacía sospechar que nos llegaba un cambio.

Dimos una vuelta matutina por la ciudad y arrancamos con la necesidad de gritar agua a la vista.  ¡Estábamos ya tan cerca..!



Atravesamos paisajes casi inimaginables días atrás.



Y por fin, tras unos 4.000 kilómetros, tras atravesar de sur a nordeste el país, buscamos el mirador más alto de Townsville y respiramos como si nunca lo hubiéramos hecho antes, la brisa marina que nos regalaba el Mar del Coral.


¡Seguiremos informando!

★ ★ ★ Besines y besicos ★ ★ ★